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13 de febrero de 2012

Carta abierta a un/a empleado/a de un local que vende ropa en una galería del centro


No, empleado/a de un local que vende ropa en una galería del centro, no me interesa ser tu amigo. Estoy casi seguro de que tus intenciones son de lo más nobles, y de que tu amabilidad es completamente sincera. Entiendo que cuando me decís "gordi", "flaqui", "negri" o "amigo" me lo decís porque, en estos 5 minutos que llevamos conociéndonos (desde que yo entré y te dije "buenas tardes" hasta que vos me dijiste "pasá por el probador dos, negri", ¿te acordás?), hemos cultivado la confianza necesaria como para que vos puedas tratarme de ese modo tan coloquial, tan ameno. Entiendo también que cuando me decís que esta remera que me estoy probando luce "bárbara" y que me queda "re-bien", a pesar de que está tan ceñida que más que remera parece un trabajo de body painting, lo hacés con sinceridad y desde lo afectivo, y no desde un interés más bien ligado a lo lucrativo.

Ahora, y te pido disculpas, pero debo decirte que a pesar de tener todo esto en claro, yo aún guardo un resquicio de duda acerca de tus verdaderas intenciones. ¿De veras te intereso como persona, o en realidad tu amabilidad hacia mí es una forma de lograr que yo me sienta, de alguna forma, ligado a una especie de compromiso afectivo-comercial, todo en pos de lograr que yo termine comprando esta remera que me estoy probando? (y que, ahora que me miro al espejo nuevamente, noto que me da un look un tanto "amatambrado") ¿Cabe la posibilidad de que tu jefe te haya instruído, en alguna reunión de "coaching", para que trates a los clientes de esta forma tan cálida y que supone tanta cercanía, con el fin de maximizar las ventas del local? Y de ser así, ¿Acaso tratás a todos los clientes igual? ¿Soy, entonces, simplemente uno más, entre tantos? Puedo sonar un tanto prejuicioso y hasta paranoico, lo sé. Pero todas estas dudas me impiden tomarme lo nuestro con seriedad. De veras que lo siento, pero lo nuestro, en estas circunstancias, es imposible.

Igual, quién te dice. Quizá, algún día, en otro momento y lugar, nos volvamos a cruzar, nos reconozcamos y, usando como pretexto alguna nimiedad que ocurra eventualmente en ese contexto, crucemos nuestras miradas, nos hagamos un gesto cómplice, y alguno de los dos haga algún tipo de comentario risueño, para ahí sí, iniciar una conversación que luego nos lleve a embarcarnos en una relación sincera, sin que medien sospechas de ningún tipo sobre las intenciones del otro. Porque quién sabe, empleado/a de un local que vende ropa en una galería del centro, quizás, a fin de cuentas, vos termines convirtiéndote en mi mejor amigo, o en la madre de mis hijos, según el caso.

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